jueves, 13 de mayo de 2010

CAPÍTULO III

DONDE SE CUENTA LA GRACIOSA MANERA QUE TUVO
DON QUIJOTE EN ARMARSE CABALLERO.

Don Quijote terminó de cenar, llamó al ventero y cuando este llegó, Don Quijote se puso de rodillas diciéndole que le otorgara el don que le pedía.
El ventero se encontraba confuso, hasta que le tuvo que decir que se lo otorgaba.
Don Quijote le decía que no esperaba menos y que esta noche iba a velar las armas en su castillo, para poder mañana cumplir lo que tanto deseaba.
El ventero, como era un poco socarrón, para reírse un rato le empezó a contar cosas y le dijo que en su castillo se había derribado la capilla para velar las armas y le dijo que las podría velar en un patio.
Este le preguntó si llevaba dinero y el ventero le dijo que muchas veces se equivocaban y que siempre debería llevar.
Don Quijote se lo prometió y luego cogió todas sus armas y se fue para un corral a velarlas.
Cuando estaba el ventero allí dentro de su venta a todos sus huéspedes de la locura de Don Quijote, todos lo empezaron a mirar viendo como se movía de un lado para el otro, y no le quitaban la vista de encima.
Un arriero fue a darle de beber a sus mulos, quitó las lanzas de la pila y Don Quijote muy enfadado le dio un golpe en la cabeza, cayéndose al suelo.
Más tarde fue otro arriero e hizo lo mismo que el de antes, Don Quijote se volvió a enfadar, le dio otro porrazo y le abrió la cabeza en cuatro partes. De esta manera toda la gente que había en la venta salió corriendo al escuchar el inmenso ruido, empezaron a tirar piedras contra Don Quijote y este muy enfadado empezó a decir cosas y a defenderse.
Al final, se calmaron por las persuasiones del ventero, diciéndole este a Don Quijote que ya había velado bastante y este se lo creyó.
Luego le trajeron un libro y un muchacho venía con una vela y acompañado de dos doncellas. Don Quijote leyendo el libro le dijo que se pusiera de rodillas. Entonces este empezó a leer y a hacer como si rezara. Al mismo tiempo, Don Quijote le dijo a unas de las doncellas que le ciñese la espalda y le preguntó a la segunda cómo se llamaban y de dónde eran.
Cuando Don Quijote terminó se subió en lo alto de Rocinante, se despidió del ventero y le agradeció que le hubiese armado caballero. El ventero con ganas de verle ya fuera de la venta le contestó y no le pidió el dinero por haber estado en la posada y así lo dejó marchar.

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